18 mar 2018

La curiosa pareja que conocí mientras dormía

Cerca de medianoche, se respira tranquilidad en el hospital. Las enfermeras han cambiado de turno y en los pasillos apenas reina una tenue luz. Tenemos un poco más de seis horas para que las limpiadoras aborden las habitaciones cual estampida insolente, indiferentes al reposo de los pacientes.


Dentro de mi habitación, dos camas. En una de ellas descansa mi madre, tras casi una semana de continuos dolores, pero que con el paso de los días se han ido apaciguando hasta convertirse en diversas molestias. En la otra cama, María, la protagonista de la historia, y junto a ella: Ramón.


Ella tendrá alrededor de 80 años. Él unos pocos más. Se miran distantes, con recelo, como si no tuvieran confianza, pero en el fondo tan solo son síntomas del paso del tiempo y de las cicatrices que se han marcado sobre ellos. María esta preocupada, mañana tiene una prueba que hacerse, molesta, difícil y complicada, a la que asistirán muchos doctores del hospital por ser la primera vez que se realiza en este centro. Ramón consciente de ello, intenta tranquilizarla recordándole algunos momentos de su vida. Momentos mágicos y extraordinarios.


Mi madre escucha absorta desde el otro lado de la habitación. Yo intento recordar cada una de las palabras que va diciendo, pero es imposible. No solo son las palabras, es el tono. Es la emoción. Son los nervios de que mañana, quizá, si el destino así lo quiere, no se vuelvan a ver nunca más.




Cuando Ramón conoció a María, no sabía escribir. Estaba enamorado de otra mujer. Rica y guapa. No necesitaba más. Según dice, podría haber vivido en un castillo. Presume de su éxito en ese momento como el niño que presume de haberse encontrado una moneda mientras jugaba en el parque. María sonríe, sabe que la historia es cierta, pero que sus ojos son los únicos por los que hoy Ramón es capaz de mirar.


Ella también tenía pareja, pero tampoco menciona su nombre. Hombre apuesto y culto. "El Poeta" le llama, porque le escribía una carta todas las noches. María también estaba enamorada. Pero el destino, a veces cruel, a veces inteligente, les cruzó y encendió la mecha. Pero eso no lo cuentan, se sobreentiende. Se lee en sus caras.


Entonces María dice que Ramón se volvió loco. Dejó a su novia "ricachona" y empezó a seguir a María. El termino que utilizan es "rondar". Lástima de la evolución de la sociedad, porque actualmente, este gesto podría malinterpretarse.


Ramón se enteró que le escribían cartas y aprendió a escribir. María lo sabía. Sonríe acostada mientras él relata la historia. Es curioso ver, como después de tantos años casados, se siguen llamando de usted. Hay mucho respeto entre ambos. Cuenta que ahora ya no recuerda leer ni escribir.


Él dice que ella tenía algo especial. Ella dice que él estaba loco. Quizá le enamorara esa locura, pero María quemó todas las cartas del "Poeta". Ramón comenzó a escribirle, pero no cuenta nada del contenido de las cartas. Eso quedará para su recuerdo. No se sabe si le escribió en prosa, pero suena a poesía cuando salen de su alma las palabras dedicadas a María.


El paso del tiempo ha hecho mella en ella. Ha perdido casi completamente el sentido del oído y tienes que levantar el tono de voz para que te escuche. Con Ramón es diferente. Habla tranquilo, sereno, suave, y ella le escucha. Es sorprendente y a la vez emocionante. Parecen conectados, pero sin embargo, se miran distantes. Nunca habría imaginado que para que te escuche mejor una persona, no tienes que levantar la voz, sino sacarla del corazón.


María sigue asustada. Ramón reza por ella, a pesar de no ser creyente. Nos cuenta que se casó por la Iglesia por que ella quiso, y que se volvería a casar si hiciera falta mil veces más. Recuerda que cuando fue a pedir su mano, la madre de María le dijo que estaba enferma del corazón desde los 18 años y que los médicos le habían dicho que nunca podría tener hijos. Ramón dijo que estaba allí para pedir su mano, y que si alguien tenía que cuidar de ella durante toda la vida, sería él. A pesar de su enfermedad, tuvieron tres hijos.


Pero la tristeza me aborda cuando sigo escuchando a Ramón. Le han detectado cáncer. Un cáncer complicado, de esos que no sabes si durará más que el tiempo que tarda un grillo en chisporrotear. María se hace la prueba mañana, pero Ramón habla entrecortado sobre sí mismo. Ella lo siente y dice que ahora que por fin le tocaba cuidar a Ramón, es él quien sigue cuidando de ella. Me sorprendo. Ambos están sufriendo pero se tienen el uno al otro. Se apoyan. Se quieren. Es lo más parecido al amor que he visto nunca.


Entonces, abrumado, me cuenta que quiere que María, si tuviera que quedarse viuda algún día, encuentre a otra persona que la cuide, porque él se iría así más tranquilo. Se me eriza el vello y un temblor recorre todo mi cuerpo. Hoy dormiré triste, por su historia, pero feliz, por su historia.